El elefante enfermo
La enfermedad comenzó a manifestarse hace tiempo, ya con un famoso recuento de votos y papeletas mariposa en Florida, pero ahora está llegando a estadios preocupantes.
La preocupación no es, no puede ser, exclusiva de los simpatizantes y afiliados del Great Old Party, sino que se extiende a todos los ciudadanos bajo administración del Partido Republicano de George Bush Jr., y a todos los ciudadanos del mundo, más allá de las fronteras estadounidenses, que sufren en forma directa las consecuencias de la enfermedad, y no sólo bajo la modalidad de ocupación militar consecuencia de una guerra ilegal e inmoral, como es el caso de la población de Irak.
En efecto, los síntomas se han ido multiplicando, y acentuando su gravedad, se ha pasado del mero desprecio de las formas democráticas de elección del Presidente de los Estados Unidos de América, a la implantación de medidas contrarias a la legalidad internacional tan numerosas como variadas; desde Guantánamo a Abu Grahib; desde la cínicamente denominada Patriot Act, cuya lectura recomiendo, y que es accesible en Internet, hasta las meras órdenes de detención administrativa sin cobertura legal alguna, aplicables también a los ciudadanos americanos; desde la justificación de la tortura como una práctica legal hasta el subarriendo de la misma a regímenes que son el bochorno de la comunidad internacional; desde el abandono de la población propia, como en el caso del Katrina y New Orleans, hasta el denunciado desvío de ayudas económicas dirigidas a la población afectada; desde la involución en los derechos civiles y ciudadanos logrados tras largas luchas de los ciudadanos americanos hasta las últimas propuestas sobre inmigración, realizadas por la administración de un país en que toda la población - excepto los americanos nativos - es inmigrante; desde las dimisiones de líderes parlamentarios republicanos por implicación económica con los lobbies, hasta las actividades presuntamente delictivas de asesores de la Vicepresidencia. Y me dejo muchos.
Lo último de lo que he tenido noticia, gracias a un artículo del New York Times ha sido el intento legislativo de dificultar el acceso al Medicaid (especie de sustitutivo de la asistencia sanitaria de la inexistente Seguridad Social) a los inmigrantes irregulares, con la obligación de la presentación de documentos que no se encuentran tampoco al alcance de muchísimos ciudadanos americanos pobres, y que puede excluir de estas prestaciones a millones de ciudadanos, para conseguir un ahorro cifrado en 220 millones de dólares en cinco años, y 735 millones de dólares en 10 años.
Es urgente curar al elefante, antes de que su galopante enfermedad provoque aún más desastres de los que ha producido hasta el momento.
Por suerte, la sociedad estadounidense, radicalmente demócratica, tiene en su arsenal la poderosísima arma de la movilización ciudadana, que ya ha conseguido éxitos que parecían imposibles, y cuenta con la extraordinaria medicina de las elecciones - cercanas ya las legislativas de medio periodo - que puede curar al elefante con una potente terapia de estancia en la oposición.
La preocupación no es, no puede ser, exclusiva de los simpatizantes y afiliados del Great Old Party, sino que se extiende a todos los ciudadanos bajo administración del Partido Republicano de George Bush Jr., y a todos los ciudadanos del mundo, más allá de las fronteras estadounidenses, que sufren en forma directa las consecuencias de la enfermedad, y no sólo bajo la modalidad de ocupación militar consecuencia de una guerra ilegal e inmoral, como es el caso de la población de Irak.
En efecto, los síntomas se han ido multiplicando, y acentuando su gravedad, se ha pasado del mero desprecio de las formas democráticas de elección del Presidente de los Estados Unidos de América, a la implantación de medidas contrarias a la legalidad internacional tan numerosas como variadas; desde Guantánamo a Abu Grahib; desde la cínicamente denominada Patriot Act, cuya lectura recomiendo, y que es accesible en Internet, hasta las meras órdenes de detención administrativa sin cobertura legal alguna, aplicables también a los ciudadanos americanos; desde la justificación de la tortura como una práctica legal hasta el subarriendo de la misma a regímenes que son el bochorno de la comunidad internacional; desde el abandono de la población propia, como en el caso del Katrina y New Orleans, hasta el denunciado desvío de ayudas económicas dirigidas a la población afectada; desde la involución en los derechos civiles y ciudadanos logrados tras largas luchas de los ciudadanos americanos hasta las últimas propuestas sobre inmigración, realizadas por la administración de un país en que toda la población - excepto los americanos nativos - es inmigrante; desde las dimisiones de líderes parlamentarios republicanos por implicación económica con los lobbies, hasta las actividades presuntamente delictivas de asesores de la Vicepresidencia. Y me dejo muchos.
Lo último de lo que he tenido noticia, gracias a un artículo del New York Times ha sido el intento legislativo de dificultar el acceso al Medicaid (especie de sustitutivo de la asistencia sanitaria de la inexistente Seguridad Social) a los inmigrantes irregulares, con la obligación de la presentación de documentos que no se encuentran tampoco al alcance de muchísimos ciudadanos americanos pobres, y que puede excluir de estas prestaciones a millones de ciudadanos, para conseguir un ahorro cifrado en 220 millones de dólares en cinco años, y 735 millones de dólares en 10 años.
Es urgente curar al elefante, antes de que su galopante enfermedad provoque aún más desastres de los que ha producido hasta el momento.
Por suerte, la sociedad estadounidense, radicalmente demócratica, tiene en su arsenal la poderosísima arma de la movilización ciudadana, que ya ha conseguido éxitos que parecían imposibles, y cuenta con la extraordinaria medicina de las elecciones - cercanas ya las legislativas de medio periodo - que puede curar al elefante con una potente terapia de estancia en la oposición.
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